El hogar se consolida como refugio frente al ritmo urbano colombiano
En las ciudades colombianas, donde el tráfico, el ruido y la incertidumbre marcan el ritmo de la vida cotidiana, el hogar ha adquirido una nueva relevancia como espacio de resguardo físico y emocional. Más allá de ser una simple estructura arquitectónica, la casa se convierte en el eje de estabilidad y en un refugio frente a las tensiones del entorno urbano. Diversas investigaciones y políticas públicas coinciden en que el hogar representa mucho más que un lugar para dormir: es un espacio donde se despliega la vida, se gestionan las crisis y se preserva el bienestar.
Un estudio publicado en la Revista de Arquitectura de la Universidad Católica de Colombia, disponible en Redalyc (2021), sostiene que “la casa les ayuda a contener las crisis y, en los momentos de bonanza, se invierte en ella en primer lugar”. La investigación, centrada en barrios populares de Bogotá, demuestra cómo la vivienda se convierte en un activo emocional y económico fundamental. Allí, las familias ven en su hogar una forma de protección ante las incertidumbres laborales, los desplazamientos y la presión constante del entorno urbano.
Esa idea del hogar como refugio se encuentra también en los estudios de la Red CLACSO (Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales), que analizan los procesos de autoconstrucción en barrios como Pardo Rubio y Paraíso, en la capital colombiana. Según su informe La vivienda informal como espacio relacional (CLACSO, 2020), “las estrategias residenciales son estrategias de vida que utilizan los hogares para mejorar su calidad de vida”. Dicho de otro modo, el hogar no solo se habita: se construye con esfuerzo cotidiano, se amplía con los años y se convierte en un símbolo de resistencia ante la desigualdad urbana.
La función del hogar como refugio también ha sido reconocida por la institucionalidad. El Ministerio de Salud y Protección Social de Colombia, en su Estrategia de Entorno-Hogar (2019), define el hogar como “el refugio físico como la vivienda o el escenario donde residen personas, familias o grupos humanos… el ambiente físico y social inmediatamente exterior a la casa o escenario, y la comunidad que se configura”. Esta definición, incorporada en los lineamientos de salud pública, sitúa al hogar como un entorno determinante del bienestar y la prevención de enfermedades. Fortalecer este entorno, según el ministerio, es indispensable para mejorar la calidad de vida en contextos urbanos densos.
Sin embargo, la capacidad del hogar para cumplir esa función de refugio se ve limitada por condiciones estructurales. Investigaciones del Observatorio de Vivienda de la Universidad Nacional de Colombia (2022) señalan que el hacinamiento, la precariedad constructiva y la falta de servicios básicos reducen el valor protector del hogar en muchos sectores urbanos. La vivienda informal, aunque fruto de resiliencia comunitaria, también evidencia la carencia de políticas habitacionales que integren la dimensión humana del habitar.
Por otro lado, académicas como Catalina Ortiz, profesora del University College London, advierten que el hogar como refugio también es un espacio donde se reproducen desigualdades. En su estudio Género y producción del hogar en América Latina (2021), Ortiz subraya que las tareas de cuidado, generalmente asumidas por mujeres, son parte esencial de esa función protectora, aunque rara vez sean reconocidas o valoradas en la planeación urbana.
Ante este panorama, programas de mejoramiento barrial impulsados por gobiernos locales, junto con iniciativas comunitarias de autogestión, han demostrado que el fortalecimiento del hogar como refugio depende tanto de la infraestructura como del tejido social. Experiencias en Medellín y Cali, documentadas por el Departamento Nacional de Planeación (DNP, 2023), muestran que cuando las intervenciones combinan obras físicas con acompañamiento social, se generan hogares más seguros, saludables y cohesionados.
En definitiva, el hogar en la ciudad colombiana contemporánea es un refugio que se construye con paredes, pero también con afectos, cuidados y redes. En un país marcado por la movilidad constante y la desigualdad urbana, el hogar se erige como el único espacio donde el individuo puede desacelerar el tiempo, descansar del ruido y reconstruir el sentido de pertenencia. Garantizar ese refugio —como advierten los estudios y las políticas públicas— es, más que una necesidad, un acto de justicia social.