ARQUITECTO VISIONARIO

20-02-2015 | Álvaro Thomas creó, en 1988, el Sistema Tendinoso, apropiado y difundido en Colombia y el extranjero. Sismorresistencia y economía, entre las ventajas.

“Vea, ¿y este barrio por qué no se cayó?”, preguntó el arquitecto Álvaro Thomas a una vecina de Santander, Armenia, viendo que era el único sector que seguía en pie luego del terremoto del Eje Cafetero, ocurrido en 1999.

 

Ella le respondió: “es porque está construido con un sistema llamado tendinoso.

Fue solo curiosidad, ya que él sabía la respuesta: esa alternativa constructiva sismorresistente, había sido diseñada por él con su colega Pedro Supelano (fallecido), en 1988 cuando eran docentes de arquitectura de Univalle.

 

Después del sismo, la Facultad de Ingeniería legitimó este sistema no convencional, que resulta fácil, versátil, adaptable, flexible, rápido y económico. Se puede ahorrar hasta un 20% y más, si se hace con participación comunitaria, explica Thomas, mientras regaña a su perra ‘Kiara’ para que no sea “tan efusiva” con los visitantes de su casa en el sur de Cali.

 

Consiste en la producción in-situ de paramentos, constituidos por tabiques armados, (mezcla de arena-cemento-agua, sobre una malla de alambres de púas).

 

Estos alambres van unidos a una estructura de madera, guadua, metal, parales de concreto o machones de mampostería estructural. Sobre esa malla se colocan costales de cabuya y luego, por capas, se aplica la mezcla de arena-cemento. El tabique resultante adquiere las características de un paramento armado.

 

La real fortaleza del Tendinoso es que demostró la validez de una investigación integradora para enfrentar el problema de ofrecer una ‘casa moderna de material’, porque nadie quería una estructura en madera.

 

Con este modelo no convencional se pueden construir y diseñar, además de casas, colegios, conjuntos residenciales, cerramientos, gallineros, piscinas, unidades agrícolas, talleres, cisternas, bodegas y casetas de portería, entre muchos otros proyectos.

 

“Sea la ocasión de recordar aquella iluminadora síntesis que el maestro Heladio Muñoz aportó en 1962: en la Facultad de Arquitectura de la Universidad del Valle debatía, con un profesor visitante, tercamente afincado en el funcionalismo, el tema de la enseñanza del diseño arquitectónico. De repente le dijo: “usted olvida, mi querido colega, que la arquitectura es un problema de diseño y calidad ambiental”.

 

Quizás este fue el fulminante que, años después, dispararía la investigación del Sistema Tendinoso.

 

Thomas Mosquera nació en Popayán, y a los 40 días se lo llevaron para Túquerres, Nariño. De padre pastuso y abuelo francés, abandonó su carrera en la Nacional de Bogotá porque nadie pudo responder ¿por qué nuestro concepto de modernidad arquitectónica implica tornar invisible e inclusive excluir, el rico y variado patrimonio ancestral decantado durante siglos? ¿En qué punto se articula la arquitectura moderna con el rancho del indio Pilo, donde él tanto se amañaba cuando era niño?

 

Por eso, cuenta, que al desarrollo del Tendinoso le tocó seguir un derrotero a contracorriente: respetó aquel concepto de modernidad dominante y excluyente pero, a la vez, se indagó el porqué de esa subestimación, negación e invisibilidad de la arquitectura precedente.

 

Retomó arquitectura en Univalle, donde realizó otros estudios, como la maestría en comunicación con el famoso Jesús Martín Barbero.

 

Su primer encuentro se dio cuando uno de los libros de Thomas, ‘El tratado de la silla’, llegó a sus manos. “Yo nunca había visto un libro así”, le dijo Barbero, y éste le respondió: “yo tampoco”.

 

Porque es un “antilibro” que se lee en diez minutos y cada una de las 110 páginas es una idea, “pra, pra”, explica este “joven de 78 años” maestro de varias generaciones, que tiene muchos amigos y cero enemigos.

 

“Álvaro es uno de los mejores docentes y arquitectos que he conocido, con un profundo respeto por la humanidad y el medio ambiente”, dice Javier Cifuentes, quien fue su alumno en Univalle.

 

Thomas es pintor y especialista en salud pública; habla con sabiduría de muchos temas, pero se considera “más un palabrero, que un docto erudito”.

 

Para el padre de Julio Gonzalo y de Laura Sofía y esposo de “la bella María Eugenia”, la valoración más extraordinaria de su obra la hicieron indígenas Nasa, quienes vinieron a conocer la experiencia, luego del terremoto de Tierradentro, Cauca, en 1993.

 

Antes de marcharse y después de darles patadas a las viviendas dijeron: “ustedes aquí abajo, con lo que tenemos nosotros allá arriba, están haciendo lo que nosotros no hacemos allá arriba”. ¡Una maravilla, ese sí es un premio Nasa!, dice quien fuera integrante del conjunto Los Tercos.

 

Luego, como único sobreviviente de esa agrupación, llegó a Los Tergiversos con gran éxito en los “desconciertos” que ofrecieron, aunque no eran músicos profesionales.

 

Entre las obras de Álvaro Thomas figuran infraestructuras institucionales, laboratorios, áreas administrativas y residenciales, en los cuales ha sido fundamental “la inteligencia y calidad humana y profesional de mi actual socio, arquitecto Felipe Bernal Vásquez”.

 

En Pereira diseñó un exitoso sistema vial que aún permanece, sin poner un solo semáforo.

 

Admira de Cali la arquitectura de los años 50 y entre las cosas que no le gustan es la falta de continuidad, de una política a largo plazo de las ideas y proyectos interesantes para el progreso.

 

Un adelantado

 

Hoy el tema palpitante en la arquitectura es lo sostenible, solo que Thomas se adelantó casi tres décadas. Según él, en esta última etapa profesional, la línea del diseño ambiental ha dado sus mejores frutos.

 

“Esto, debido a que la crisis histórica que ha elevado los conceptos de sostenibilidad, lógica de lo que queda fácil, espacialidad ambientalmente correcta y respeto de los valores fundamentales de nuestro patrimonio, legitimó las reflexiones y teorizaciones de los últimos 30 años”.

 

Ahora piensa que sostener ese eje de docencia y trabajo fue un acto de fe.

 

En esto ayudaron mucho las frases sabias de su tía La Chatica, cuando repetía, por ejemplo que “poco a poco ralla la vieja el coco”.

 

Como él y sus colegas también le apostaban a la madera, muchos los llamaban despectivamente “‘arquitercos’ de palitos” en los años 70.

 

 

Atrás quedaron esos tiempos.

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